A los niños, los cuentos tradicionales llegan a gustarles no sólo
por el poder de la fantasía que alimenta el desarrollo de su personalidad, sino
también porque abordan temas que les tocan de cerca. Así pues, los cuentos
populares se han convertido en un tesoro invalorable para los niños, incluso
cuando no existía una literatura infantil propiamente dicha y en épocas en que
la pedagogía no había advertido su importancia.
La lectura de los cuentos populares, al influir en su mundo inconsciente, le
permite elaborar los conflictos internos y resolverlos en un plano consciente.
Si bien es cierto que el niño experimenta angustia mientras lee “
Caperucita Roja”, es
también cierto que siente una enorme satisfacción cuando sabe que Caperucita es
liberada por el cazador, quien da muerte al lobo feroz. Una sensación parecida
le causa la lectura de "
Cenicienta", una
adolescente que sufre el desprecio de la madrastra y las hermanastras, hasta el
día en que se le aparece un hada que la ayuda y un príncipe que la convierte en
su esposa.
En el cuento de “
Blancanieves”, la
madrastra perversa, que siente celos y envidia por la juventud y belleza de su
hijastra, ordena a uno de sus súbditos quitarle la vida. Pero éste, en lugar de
consumar el crimen, la abandona en el bosque, donde Blancanieves se refugia en
la cabaña de los siete enanitos, hasta el día en que su madrastra, disfrazada
de bruja, le da de comer una manzana envenenada. Cuando Blancanieves yace en el
féretro de cristal, lista para ser sepultada por los siete enanitos, aparece el
príncipe que la resucita con un beso y se la lleva a vivir en su castillo.
Las escenas de “crueldad” se repiten una y otra vez en los
cuentos populares. Así, en “
Pulgarcito“, el ogro
quiere degollar y comerse a los siete hermanos, del mismo modo como la bruja
quiere matar y comerse a “
Hansel y Gretel” en la
casa de chocolate. En ambos cuentos, aparte de que la monstruosidad humana está
simbolizada en el ogro y la bruja -enemigos temibles-, la inteligencia infantil
está encarnada por los protagonistas menores que se libran de una muerte atroz
y retornan a sus hogares, donde son recibidos por sus padres con la esperanza
de vivir felices por el resto de sus días.
Bruno
Bettelheim fue un psicólogo austríaco que se dedicó a indagar en el
significado de los cuentos populares que hombres como los hermanos Grimm o
Perrault se dedicaron a recopilar y a pasar a papel y tinta. Los resultados de
su trabajo han puesto una admirable pica en la historia de la psicología
infantil ya que no sólo nos descubrió qué pasa "en realidad" en esos
mundos de fantasía, sino que ahondó en los valores que dichas fábulas tratan de
inculcar a los niños.
Según Bettelheim: “Los cuentos de hadas tienen un
valor inestimable, puesto que ofrecen a la imaginación del niño nuevas dimensiones
a las que le sería imposible llegar por sí solo. Todavía hay algo más
importante, la forma y la estructura de los cuentos de hadas sugieren al niño
imágenes que le servirán para estructurar sus propios ensueños y canalizar
mejor su vida (...) Los cuentos de hadas transmiten a los niños, de diversas
maneras: que la lucha contra las serias dificultades de la vida es inevitable,
es parte intrínseca de la existencia humana; pero si uno no huye, sino que se
enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, llega a dominar
todos los obstáculos alzándose, al fin, victorioso (...) Las historias modernas
que se escriben para los niños evitan, generalmente, estos problemas
existenciales, aunque sean cruciales para todos nosotros. El niño necesita más
que nadie que se le den sugerencias, en forma simbólica, de cómo debe tratar
con dichas historias y avanzar sin peligro hacia la madurez. Las historias
‘seguras’ no mencionan ni la muerte ni el envejecimiento, límites de nuestra
existencia, ni el deseo de la vida eterna. Mientras que, por el contrario, los
cuentos de hadas enfrentan debidamente al niño con los conflictos humanos
básicos“ (Bettelheim, B., 1986, p. 14-16).
Quizás por ello, varios de los cuentos censurados por la pedagogía y la
psicología, siguen siendo los mejores espejos que reflejan ese mundo cruel y
violento del cual son víctimas y testigos los niños. Valga citar algunos de los
“cuentos crueles” de la literatura infantil:
-“Piel de asno”, un rey que enviuda y quiere casarse con su propia hija, la
misma que huye horrorizada del palacio.
-“Hansel y Gretel”, los pequeños héroes que son abandonados en un bosque
tenebroso, debido a que sus padres, pobres leñadores, no tienen qué darles de
comer.
-“Caperucita Roja”, la historia despiadada de un lobo que devora a una
anciana y su nieta, quien se entretuvo en el bosque desobedeciendo las
recomendaciones de su madre.
-“Grisalida”, un hombre somete a su mujer a todo tipo de suplicios morales
-le quita a su hija- para poner a prueba su paciencia y sumisión.
-“La bella durmiente”, cuya versión original no termina con la feliz boda,
sino en la horrible muerte de la madre del príncipe, que cae a un cubil lleno
de serpientes y sapos venenosos, muerte que, en realidad, estaba destinada a la
esposa de su hijo.
-“Alí Baba” y el terrible descuartizamiento que se lee en sus páginas,
estremece al más experimentado lector de las crónicas de crímenes que a diario
se publican en la prensa.
Con el transcurso del tiempo, los cuentos populares han sufrido una
serie de alteraciones tanto en la forma como
en el contenido, y muchas de las adaptaciones, lejos de mejorar el valor ético
y estético del cuento, han tenido la intención de moralizar y censurar las
partes “crueles”, arguyendo que la violencia es un hecho ajeno a la realidad
del niño y algo impropio en la literatura infantil.
Si bien es cierto que la literatura infantil estimula la fantasía del niño y
cumple una función terapéutica, es también cierto que los cuentos llamados
“crueles” no tienen por qué ser censurados ni rechazados; por el contrario,
deben ser presentados con un sentido crítico, ya que el propio niño vive en un
mundo en el que se encontrará con dificultades e injusticias. Es más, los
cuentos populares, al mismo tiempo que entretienen al niño, le ayudan a
comprenderse mejor a sí mismo y contribuyen al desarrollo de su personalidad;
claro está, siempre y cuando se los conserve y cuente en su forma original,
pues cualquier tipo de mutilación que sufran sus partes más violentas no hará
otra cosa que restarle importancia al cuento y malograr su contenido literario
que, como en toda obra de arte bien concebida, es perfectamente comprensible
para el niño.
En resumen: Bettelheim dejó bien claro que la función de los cuentos de
hadas originales, además de transmitir a los niños valores éticos y morales
para vivir decentemente en sociedad y en paz con uno mismo, era mostrar el lado
menos agradable de la existencia.
Pero este mundo de una sola cara nutre a la mente de modo unilateral,
pues la vida real no siempre es agradable”
(Bettelheim, B., 1986, p. 14-15).